sábado, 22 de septiembre de 2012

El inspector Trujillo



  “Miré por el ojo de la cerradura y me quedé helada. El piso estaba completamente vacío.” El policía contemplaba a la señora incrédulo. Aquella historia era de las más raras que había escuchado desde que empezó a trabajar en esa comisaría. Tenía la sensación de que la señora debía estar un poco tarada, pero siguió escuchándola respetuosamente.

  “Mi hijo falleció hace un mes. Yo no soportaba el hecho de permanecer en casa sola y me fui a pasar una temporada con mi hermana al pueblo. Regresé ayer para recoger unas cuantas cosas y me encontré con que la llave no entraba en la cerradura.” 

  “No sabía qué hacer ni a quién acudir. Toqué al timbre de Alfredo, mi vecino de la puerta de al lado. Aunque nuestra relación no es especialmente cordial, pensé que quizá él hubiera visto u oído algo durante estos días. Pero tampoco hubo suerte, no había nadie en casa”… o Alfredo no quiso abrir la puerta, pensó el policía.

  “Fue entonces cuando llamé a un cerrajero y lo que había creído ver por el ojo de la cerradura se confirmó ante mis ojos: mi casa estaba completamente vacía. No quedaba nada, ni siquiera una cortina o un cuadro, nada de nada. Todas mis posesiones, todos los recuerdos de una vida… de mi hijo… todo había desaparecido”, se le quebró la voz. La señora tenía los ojos llenos de lágrimas desde el primer minuto.

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  El subinspector Trujillo observaba la escena desde su despacho. Le llamó la atención aquella señora bajita que llevaba ya un buen rato dando explicaciones al agente. Parecía desolada y sintió una profunda pena por ella. Una vez se hubo marchado, se acercó al puesto de su compañero para ver de qué caso se trataba. 

  “Es la loca de la calle Ejército. Insiste en que nadie más tenía llaves de su casa, pero ya realizamos todas las comprobaciones oportunas y es la única explicación posible. La cerradura no estaba forzada ni había signos de violencia en las ventanas. Ya te dije que la señora no parece estar en sus cabales”. 

  El subinspector Trujillo le pidió que le pasara una copia del informe cuando lo tuviese terminado para echarle un vistazo. Había algo en toda aquella historia que no terminaba de encajar y sentía una inexplicable compasión por aquella mujer desconocida que le impedía quedarse al margen.

  Serían las ocho de la tarde cuando decidió dar por finalizada su jornada. De camino a casa, pensó que no le quitaría demasiado tiempo desviarse un par de calles de su ruta y hacer una visita al vecindario de aquella mujer. Llegó al portal en cuestión, el número 19, la puerta estaba entreabierta. Habló con varios vecinos, entre ellos, el señor Alfredo, a él sí le abrió la puerta. Tendría que hacer algunas comprobaciones, pero la historia iba tomando cuerpo. Según todos los indicios, la señora tenía problemas económicos y el banco ya la había amenazado en alguna ocasión con apropiarse de su vivienda. 

  Se despertó muy temprano al día siguiente. La máquina de café le preparó al instante un expreso, cogió el periódico que luego nunca tenía tiempo de leer y se dirigió a su despacho. Comenzó la ronda de llamadas que necesariamente debía realizar en relación al caso de la misteriosa señora… pero no recibió la información que esperaba. Era cierto que la señora tenía deudas y el proceso de reclamación estaba en marcha, pero el banco no había embargado su vivienda.

  El subinspector pasó el día haciendo indagaciones, volvió a hablar con la señora, con los vecinos, la tendera del local de abajo le facilitó algunos datos interesantes. Fue tirando del hilo, tenía que encontrar una explicación.

  Por fin, varias semanas después, llegó al final del asunto. Llamó a la afectada y la citó en la comisaría.

“Querida señora. Por fin hemos dado con la explicación, aunque sigo sin salir de mi asombro. Sí que fue el banco el que vació su piso y cambió la cerradura, pero no SU banco. Resulta que sus vecinos del tercer piso dejaron de atender los pagos de su hipoteca hace ya más de un año y su entidad los demandó, con tan mala fortuna que tanto en el Registro de la Propiedad como en toda la documentación de que disponía el Juzgado, aparecía la calle Ejército, nº 19, 2ºB, en lugar de 3ºB. Las casualidades de la vida hicieron que precisamente el día que se llevó a cabo el desalojo de la vivienda y la toma de posesión por el banco en presencia del juez, usted se encontrara ausente. Se deshicieron de  todo lo que había allí y no creo que sea posible recuperarlo. Yo le recomiendo que interponga una demanda contra la entidad y solicite una indemnización, aunque sé que todo lo que ha perdido es insustituible. Hemos hecho lo que hemos podido. Siento muchísimo darle tan malas noticias”.

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  Un domingo por la mañana, aproximadamente un mes después de aquello, el subinspector encendió su portátil. No estaba de servicio, a diferencia de otros festivos, y tenía intención de no salir de casa en todo el día. Después de comprobar su correo electrónico, abrió la página del periódico local. Un pequeño texto en la sección de opinión llamó su atención:

“Agradecimiento a la Policía Nacional:
Desde este medio, quisiera agradecer al comisario Simón del Departamento Judicial, por su buen hacer en la resolución de un caso de expropiación de vivienda indebida, por su agilidad en la resolución, interés profesional y humano, que le caracterizan a este señor.
Desde aquí va mi agradecimiento, por su magnífica labor profesional y trato hacia mi persona. ¡Gracias señor comisario!
Tenemos suerte de tenerlo a usted en esta ciudad para el bien de los ciudadanos.”


  Muchas personas confundían su cargo, él no era comisario, aunque eso era lo de menos. Aquellas palabras le hicieron recordar las razones por las que un día decidió dedicar su vida a esa profesión.


Basada en hechos reales

2 comentarios:

  1. Yo iba a escribirte que me había gustado y que pobre señora, pero ahora digo ¡pobre señora! Qué fuerte, espero que la indemnizaran como se merece, aunque como bien dices, el valor sentimental no hay quién lo pague.

    Me ha gustado mucho también el inspector Trujillo :D

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  2. Perfecto y magnífico este texto, al que he llegado gracias a literautas.com Mi más sincera enhorabuena, de verdad. Se nota que esta historia tiene alma, puesto que se trata de un hecho real. Espero que la vida siempre nos recuerde el porqué elegimos nuestra profesión.

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